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11 de febrero de 2014

El arte de la prudencia

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No hay nada como escuchar primero.

En la batalla del diálogo, escuchar primero supone una ventaja.

Resulta más fácil exponer en segundo lugar que inaugurar en frío.

Se da el caso frecuente donde, a pesar de tener la ventaja, el que escucha se precipita a interrumpir y pierde la ventaja de elegir la respuesta.

Me parece más prudente sopesar bien las respuestas. Crear un silencio previo, aunque sea mental. Un segundo.

Si el control entre el estímulo y la respuesta obedece a patrones de elevada inteligencia emocional, seamos inteligentes y meditemos bien las respuestas.

Podemos aislar las explosiones emocionales que generan ruido en la conversación y contaminan el mensaje.

Podemos decir más hablando menos. 

Podemos ser prudentes atreviéndonos a decir lo que de verdad pensamos con total tranquilidad. 

Y no debemos confundir pensar las respuestas con no responder. Suele ser la (falta de) inteligencia emocional que obliga a los interlocutores más suicidas a escupir las respuestas porque callarse sería una muestra de debilidad.

Para mí ser prudente no es ser débil, es ser inteligente.

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