En la batalla del diálogo, escuchar primero supone una ventaja.
Resulta más fácil exponer en segundo lugar que inaugurar en frío.
Se da el caso frecuente donde, a pesar de tener la ventaja, el que escucha se precipita a interrumpir y pierde la ventaja de elegir la respuesta.
Me parece más prudente sopesar bien las respuestas. Crear un silencio previo, aunque sea mental. Un segundo.
Si el control entre el estímulo y la respuesta obedece a patrones de elevada inteligencia emocional, seamos inteligentes y meditemos bien las respuestas.
Podemos aislar las explosiones emocionales que generan ruido en la conversación y contaminan el mensaje.
Podemos decir más hablando menos.
Podemos ser prudentes atreviéndonos a decir lo que de verdad pensamos con total tranquilidad.
Y no debemos confundir pensar las respuestas con no responder. Suele ser la (falta de) inteligencia emocional que obliga a los interlocutores más suicidas a escupir las respuestas porque callarse sería una muestra de debilidad.
Para mí ser prudente no es ser débil, es ser inteligente.
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